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UN MURO FELIZ


“Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado,
no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante
puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire,
cuando avance un poco más, cuando con los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente
contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso
para ir a comprar el diario a la esquina”.

Julio Cortázar, Historias de Cronopios y de Famas.

Hace un par de semanas invitamos a Sergio Zicovich Wilson[1] a dar una charla a Pequeños Urbanismos, materia que doy junto a Pablo Suárez en la FADU. Sergio hizo foco en la manzana de Buenos Aires. A medida que su exposición avanzaba, yo iba estableciendo lazos con temas vinculados a una imagen de vida ideal en barrios cerrados, torres con amenities y todo aquello que se aglutina bajo el rótulo de lo “exclusivo”. Una suerte de Truman Show extendido a todos los habitantes, que aceptan esa condición de vida ordenada y protegida por una burbuja que los separa y defiende del mundo exterior caótico y amenazador.
A la luz de lo que ofrecen los promotores inmobiliarios, el mundo (del barrio) cerrado podría leerse como la utopía de una sociedad saludable, ecológica, feliz, avanzada tecnológicamente y donde la violencia y la pobreza han sido erradicadas. La paradoja es que estas bondades urbanas y sociales existen a costa de haber eliminado muchas otras. Voy a robarle a Zicovich algunas observaciones acerca de la manzana porteña para avanzar sobre esta serie de ausencias.

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“Ni sufres ni te opones. Simplemente eliminas las adversidades. Es demasiado fácil.”

Aldous Huxley, Un mundo feliz

La manzana de Buenos Aires es cuadrada.

Esta afirmación, que sospecho la mayoría de los porteños avalaría, se resquebraja con una simple mirada sobre el plano de la ciudad. Incluso la famosa cuadrícula, por momentos, se desvanece. ¿Será que lo determinante no es la forma? A la manzana la definen, en líneas generales, las relaciones que establece entre lo público y lo privado.

La manzana porteña es introvertida, el mundo de lo privado está en su interior. Si quiero salir a “la viva floresta”, como dice Cortázar, lo hago cruzando la línea municipal. En auto, en moto, en bici o, la mayor de las veces, caminando. Sea cual sea la forma de la manzana, las fachadas dan a la calle.

Esto, que pareciera una verdad de perogrullo, no es lo que ofrecen y promocionan los complejos de perímetro cerrado y lyfestyle que proliferan en la actualidad, haciendo gala de categoría, seguridad y exclusividad, con vecinos como uno, al amparo de los peligros de la ciudad. Florecen edificios de este tipo en el conurbano bonaerense, pero ya los conocemos de Puerto Madero y tienen su antecedente tipológico en el complejo conocido como Los Andes, en Chacarita. A diferencia de aquellos, las «casas colectivas de viviendas económicas” de Beretervide[2] no son resultado de una iniciativa privada, fueron promovidas y financiadas por el Municipio, y estaban destinadas a vivienda obrera. Hasta hace no tanto, las múltiples entradas que conectan la calle con los patios y jardines interiores permanecían abiertas.

Conjunto Los Andes, de Fermín Bereterbide. Fotografía publicada en la Revista de Arquitectura, año 1931

A los conjuntos premium que ocupan el borde y generan un pulmón común, por lo general se llega en auto. Quienes lo hacen a pie atraviesan un hall en el que muchas veces el portero eléctrico es una anécdota: el encargado de seguridad se ocupa de verificar los datos de cada visitante. Destino, nombre y apellido, DNI, QR, código de ingreso, color de pelo y talle de ropa interior. En el conurbano, el ingreso a los departamentos o a las casas de estos conjuntos suele hacerse desde el mismo pulmón.

“Parece ser que los Diore viven en una burbuja, digamos que no se mezclan demasiado con los demás. Al principio participaban en las fiestas vecinales, en los aperitivos, en todas las actividades comunitarias, pero poco a poco, tras su éxito, se han ido aislando. La mayoría de los vecinos compró su vivienda en plano, a mediados de los noventa, dejándose seducir por un proyecto inmobiliario considerado de alta gama. (…) Algunos sospechan que no tardarán en mudarse. Mélanie se ha vuelto una esnob y Châtenay-Malabry ya no es suficientemente chic para ella” [3].

Conjuntos de perímetro cerrado en el Conurbano Bonaerense

La repetición indiscriminada de esta tipología, una al lado de la otra, atenta contra la urbanidad. Promueve un espacio público muerto, prolijo, iluminado y verde en el que, con suerte, nos cruzaremos con algún vecino que salió a pasear al perro. El espacio social, el lugar de encuentro, la charla con el almacenero o el vendedor de diarios desaparecen. Los chicos, a salvo en el parque interior.

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“Prefiero ser infeliz que tener el tipo de felicidad falsa y mentirosa que tienes aquí”.

Aldous Huxley, Un mundo feliz

Volvamos por un momento a la manzana porteña. La intimidad se halla en su interior, la vida social en la calle. El trabajo, el comercio, la recreación y un largo etcétera están del otro lado de la línea municipal. En el barrio cerrado, en cambio, el afuera no existe.

Al igual que a los complejos premium, al barrio cerrado también se llega en auto. La velocidad disminuye gradualmente a medida que atravesamos distintas capas desde la ciudad hasta la casa: velocidad de autopista, de ruta, de acceso. La garita de seguridad suele ser pomposa, las más de las veces aporticada, rodeada de plantas y efectos de iluminación berretas, revestida en piedra o madera falsa. Ningún artilugio es demasiado si se trata de sugerir que del otro lado el mundo es mejor. En todo sentido: estética y moralmente superior.

Pórticos de acceso a barrios cerrados

Una vez dentro, la velocidad disminuye aun más, máximo 20, obstáculos que obligan al zigzag, rotondas, lomas de burro. Siempre en auto: rara vez se verá a los vecinos caminando (me pregunto incluso si existe algo parecido a lo que llamamos vecino). La casa, último destino del recorrido, con vistas exclusivas al golf, al polo o al lake.

“Salgo a la calle y fumo un cigarrillo, un coche llega desde el acceso principal, pasa de largo y se aleja. En la vereda no hay columnas ni paredes ni postes donde apoyarse, para eso está la casa de cada uno; la calle solo es un largo jardín por donde circular. En la plazoleta me siento en un banco. Recuerdo que pienso que voy a contar hasta diez y, si todavía tengo ganas, voy a encender otro cigarrillo. Cuento para no pensar”[4] .

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“Pero no quiero comodidad. Quiero a Dios, quiero poesía, quiero
peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero el pecado.”

Aldous Huxley, Un mundo feliz

No quiero dejar de mencionar dos últimos puntos que señala Zicovich. La manzana es una obra diacrónica y colectiva: se construye a lo largo del tiempo y es anónima. La torre, tercer y último caso que quisiera abordar, se construye de un tirón y es una obra de autor.

El piso más alto es el summum de la exclusividad.

A la torre se llega… en auto. Las hay en dos o tres lotes, pero las más top ocupan toda la manzana, liberan el perímetro y materializan el borde con una reja o un muro. Las veredas resultantes no son simplemente monótonas: caminar bordeando un muro de casi una cuadra de largo es peligroso. Seguridad de interiores.

En Buenos Aires, las primeras de su tipo datan de 1973. Se trata de las Torres Canning, proyectadas por el estudio Aisenson. En la memoria del proyecto se afirma que el paisaje exterior, diseñado por el talentoso Burle Marx, configura “un enorme y rico tapiz de formas curvas (…) que puede ser utilizado como solario en torno de las piscinas o como plazoletas en el sector frente al hall de entrada. La relación con el entorno inmediato, a través de un talud de piedra que produce una pequeña diferencia de nivel, ha resultado de gran amabilidad urbana”.

Hoy día, rejas no tan amables e incluso algunos muros alternan con el mencionado talud. Aun así, la ciudad actual echa de menos este recurso tan simple: las torres de hoy no le regalan a la vereda ni una baldosa. Las Mirabilia Palermo, por poner un ejemplo, extienden sus altos muros y sus rejas a lo largo de todo el perímetro de la manzana. Más de 350 metros de borde sin sombra ni reparo, sin un solo local comercial, sin puertas, canteros ni balcones, tampoco escalones donde sentarse a tomar una birra, ni encargados que derrochen agua por la mañana o viejos chismosos al otro lado de la ventana. No hay ventanas. Apenas un acceso sobre la calle Humboldt, con su garita de vidrio espejado y ¡gracias a Dios y a la Virgen Santísima! una esquina en la que sobrevive un viejo PH reconvertido en restaurante.

Torres Mirabilia Palermo. Esquina de Soler y Humboldt

Mirabilia, dicen sus promotores, invita a detenernos para mirar a nuestro alrededor con nuevos ojos y apreciar el potencial transformador de los desarrollos pensados para mejorar en el tiempo.

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“Quiero saber qué es la pasión. Quiero sentir algo con fuerza”.

Aldous Huxley, Un mundo feliz

¿Cómo se construye una ciudad? ¿Cómo se proyecta, cómo se piensa?

La respuesta no es sencilla, la ciudad es un organismo complejo y cambiante. De yapa, los arquitectos, que apenas somos un engranaje dentro de la enorme máquina que es el urbanismo, comenzamos a pensar y proyectar la ciudad recién cuando sabemos hacer arquitectura. Y no es lo mismo. Las herramientas, los artificios y los saberes que nos permiten hacer arquitectura no sirven para hacer ciudad.

Imaginemos que sólo hay torres y conjuntos de perímetro cerrado, uno al lado del otro, sin la variedad monótona de casas, edificios, comercios, plazas y parques que -por suerte- conforman el paisaje urbano de Buenos Aires. Imaginemos… ¡pucha, qué imagen parecida a La Ville Radieuse que proyectó Le Corbusier en 1932! Menos mal que hizo Ronchamp[5] , la Tourette[6] y tantas obras maravillosas, pero cuando se metía con la ciudad…

La Ville Radieuse (La Ciudad Radiante) es un plan maestro urbano de Le Corbusier, presentado por primera vez en 1924, que nunca llegó a construirse.

La ciudad es barrio, es calle, es el almacenero y el tipo que en invierno pasa por los locales vendiendo café; es un fulbito en la plaza y las bochas en el centro de jubilados; es calor, frío, oscuridad y muchedumbre. Es unos pibes y pibas que, trasnochados un domingo a las 10 de la mañana y un poco zombies , aun se ríen mientras un vecino los mira de reojo. Es todo esto y nada de eso, el lugar en el que viven mis amigos y donde conocí a mi mujer, un asado en la vereda, música, proximidad, medialunas recién salidas del horno y el colectivo que no para.


  1. Sergio Zicovich Wilson ejerció la arquitectura en el ámbito público y privado. Profesor de grado y posgrado en UBA, UNMdP y otras. Escritor de narrativa de ficción. ↩︎
  2. La casa colectiva del Parque Los Andes es uno de tres conjuntos, resultado de un concurso municipal: en Chacarita, Flores y Palermo (este último no llegó a construirse). ↩︎
  3. Fragmento de Los reyes de la casa, de Delphine Devigan ↩︎
  4. Fragmento de Bienvenido a la comunidad, de Samanta Schweblin. ↩︎
  5. La capilla de Notre Dame du Haut en Ronchamp, Francia, es una obra del arquitecto Le Corbusier construida entre 1950 y 1955. ↩︎
  6. El convento de La Tourette es una obra del arquitecto Le Corbusier en Francia, terminado en 1960. ↩︎

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