LA BELLEZA
Foto portada: Mariana Volpi
(A DONDE QUIERA QUE VOY ESTOY EN CASA)
En 2008 escribí algo que al releerlo me ayuda a empezar:
“01 – 03 – 08 / 06.00 AM (Avión) Estoy encerrado, atrapado en el tiempo. Pero
no tiene nada que ver con viajes astronáuticos y agujeros negros que te transportan,
no estoy en el medio de ese viaje. Tampoco inventé una máquina del tiempo
y se me rompió y quedé varado en el éter. Soy como Juan Salvo, el Eternauta,
que, luego de mucho vivir llegó a otro tiempo, a otra realidad. Atrapado en la eternidad,
aprendiendo cada vez más, pero cada vez más alejado. Como una metáfora de la vida
donde la experiencia te da sabiduría, aunque te aleja de tus seres queridos. “Cuanto más
sabés más peligros corrés, cuanto más andás, más lejos estás de los que te rodearon”.
Estoy como Juan, encerrado queriendo volver a mi presente, lejos de la oscuridad del
tiempo. Soy el Eternauta de mi realidad. Esto no es de ciencia ficción es real.”
Pienso en Belleza. La Belleza, ¿será lo que es lindo? ¿Será lo que es bello? ¿Qué es bello? ¿Una selfie, un Van Gogh, un “llorar a lágrima viva” de Girondo, la siestas en la casa de mis abuelos en Monteros (Tucumán), o quizás es el viento que mueve la cortina en las tardes de verano en alguna casa fresca de mi adolescencia?, ¿la piel amada, o será la lágrima de amor cuando nacieron mis hijos?, ¿o el número pi (eterno en todas las formas), las formas de dios?…¿Dios? ¿El creado o el Creador?
Y esta página en blanco que se abre delante del cursor mientras avanza, sin ceder a la conciencia.
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Desde chico me hice este tipo de preguntas. Preguntas inocentes cuando era niño: “¿Por qué existen hombres y mujeres?”.
Preguntas soberbias en la adolescencia: “¿No ven que mi mamá confundió militancia con maternidad?”
Y de joven vinieron las preguntas jodidas: “Ya tengo 27 años, a esa edad mi mamá ya había parido a dos hijos, defendido sus ideas y la habían desaparecido, y ¿yo sigo siendo un imbécil?”.
Con la adultez, llegó el insensato aunque sincero intento de tomar las riendas de mi vida y no hacerme más preguntas, sino crear mis propias respuestas. Caminé así, pero en el balance que hice tiempo después: Fracaso total.
Con todas esas preguntas y supuestas certezas me sumergí en el mundo de hacer “mi cine”, aferrado a las profundas influencias que tuve en mi formación, diversos condimentos que metí en mi batidora emocional.
Uno de esos condimentos fue la mirada política y social aprendida de Ken Loach. De él entendí que la visión política de una película está en la dimensión humana de los personajes, en cómo los atraviesa esa realidad; que la profundidad de la posición política de una obra narrativa estaba en el tercer acto, donde se define la posición autoral, como una pregunta incómoda que depositamos dentro del corazón de los espectadores, sin una “bajada de línea” intelectual.
Otro condimento fue la narrativa emocional del inmenso Krzysztof Kieślowski, a quien “subterráneamente” le robé todo. Su ambición narrativa todo narra, todo cuenta, nada es literal, «sé simple», reclama. Al poner la lupa en cada detalle de su cine, descubrí una pureza única: la combinación de cada detalle, cada puesta en escena y de cámara, cada corte parece muy compleja, y eso disimula la simpleza de cada elemento elegido para narrar. Como la emoción de sus planos detalles, la mirada de sus personajes en los primerísimos primeros planos, el fuera de campo del sonido, y sin temor a la emoción de la música, tan vapuleada como recurso por mi generación. Su cine me enseñó: “Lo simple es profundo y narrativo. Lo simple es lo opuesto a lo básico”.
Y el último condimento que metí en mi licuadora fue la huella profunda que dejó en mi alma, con su poética emocional, mi gran maestra, María de los Ángeles “Chiqui” González. Me enseñó muchas cosas, pero dos me marcaron como ninguna otra: su escuela de la “memoria del cuerpo” o “las huellas en el cuerpo” para desarrollar los vínculos emocionales intrapersonajes y entre personajes. Cada cuerpo se mueve según las huellas emocionales, y eso hace que el actor o la actriz sean la última pluma de la escritura de una historia. Nadie podrá saber más que ellos sobre qué siente o piensa. Y por último, lo más importante que me enseñó la Chiqui, fue “el objeto narrativo”, la condensación del mundo emocional de un personaje en un simple objeto, como la caja de “Maní con chocolate” en Infancia Clandestina (2012). Esa caja es al mismo tiempo la clandestinidad, las enseñanzas del tío Beto, lo dulce del primer amor, lo que tapa el escondite desde donde será catapultado a la realidad al final.
Son muchos los maestros. Soy consciente de ser injusto al nombrarlos solamente a ellos.
Son la punta del iceberg de tantas otras persones, imágenes, emociones y vivencias que me conformaron para llegar a ese punto en el que estoy hoy, ya maduro, listo para caerme del árbol.
https://www.youtube.com/watch?v=jNSiP1XYWcY&t=697s
(música de la nota)
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Entonces, La Belleza puede ser eso, mirar para atrás y reconocer el camino recorrido y agradecer todo el amor y enseñanzas recogidas, como también reconocer y agradecer a todos los golpes, cicatrices (las de afuera y aun mas las de adentro), dolores, miedos, llantos, depresiones, batallas y guerras, tumores y alzeheimers, muertes y nacimientos vividos. Miro para atrás, sonrío y agradezco. Miro como quien mira hacia adelante, pero consciente de que todo lo por venir tiene la misma incertidumbre. Aunque ya lo sé, ya no hay miedo. Llegué hasta acá con todas las preguntas que me impulsaron a buscar respuestas, a las piñas, a los abrazos, escondido o yendo con el pecho de frente. De todas las maneras en que cada uno fue aprendiendo para seguir.
“¿Que es la belleza?” Hoy, este instante que se convierte en infinito como cada instante sentido y amasado con emoción.
Hacia allá vamos, hacia allá voy. Con la certeza de las huellas que fui dejando.
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Ahora sí, todo hermoso, ¿no? A pesar de tanto, ¡qué lindo es vivir!, ¿no? Pero… siempre está el pero…
Me alejo de mi “privilegio personal”, levanto la mirada, veo alrededor, más allá. El mundo se parte en mil pedazos, se está reseteando lo conocido, y de repente todo es posible.
Las distopías de antes hoy parecen consumarse. Estamos a dos minutos de que Terminator o Matrix sean nuestra realidad, o la de ser los personajes de 1984; o que el apocalipsis nuclear, tantas veces ficcionalizado en miles de películas, sea nuestra era; o ser espectadores cómplices de un genocidio poniendo me gusta desde la comodidad de nuestras casas, mientras sentimos que la realidad está cada vez más lejos y, al mismo tiempo, esperamos petrificados que toque nuestra puerta.
Miro a mis hijos y a su generación: qué mundo de mierda les dejamos. Sólo me queda decirles: “vean el desastre que fuimos”. Y suplicarles, desde lo más profundo de mi corazón, «no nos hagan caso, rompan con nosotros, con nuestros mandatos».
Así lo hicieron nuestros padres y madres, los de la década del 60/70, con nuestros abuelos y abuelas, cuando les dijeron: “el mundo no será así, desde ahora, va a ser de este otro modo”.
Y todo cambió, sin valorar si fue para bien o para mal, todo cambió, fue la última generación que se puso los pantalones largos y se extendió la juventud. Ya no hay mas pantalones largos que ponerse, crecimos ambicionando ser jóvenes.
Bueno, ahora les toca a ustedes, rompan con nosotros y tomen las riendas del futuro, aunque no estemos de acuerdo hacia dónde quieran ir, aunque les digamos que no es así, ustedes ya saben el mundo que quieren. Y, si aún no lo saben, vayan… que aprenderemos a seguirlos de alguna manera, de la mejor manera que encontremos.
Mientras tanto, nosotros sostendremos las viejas banderas, ese es el lugar que nos tocó en la historia. Ustedes enarbolen las nuevas banderas, las propias, las suyas, con el color y de la manera que quieran. Las que vayan aprendiendo en su camino.
La belleza ahora es la certeza del camino que se abre hacia el oeste, donde se esconde el sol, donde se esconde el misterio. Sus banderas serán el futuro, será La Belleza de ustedes.
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—Es para allá. — dijo.
—¿Para dónde? — volvió a preguntar el héroe.
—Para allá, para donde está el miedo.